Argentina: Siempre promesa

Nosotros, en cambio estamos iempre empezando; quizá por eso no podemos dejar de ser promesas. Don José Ortega y Gasset volvió a la Argentina en 1928 y a través de dos ensayos, La Pampa… Promesas y El hombre a la defensiva, quiso descender a las profundidades del alma argentina. En el primer ensayo, Ortega refleja su sentirse invadido por la extensión pampeana mientras viaja en tren camino de Mendoza. Advierte que la Pampa se mira comenzando por su confín, por su órgano de promesas, y concluye que acaso lo esencial de la vida argentina es eso, ser promesa. Vio antes – mucho antes- lo que iba a pasar con aquella Argentina promitente: que se iba aquedar en promesa. Y para la misma época, quizá como vislumbrando lo que iba a pasar, Eduardo Mallea dijo a aquello de: Argentina, una pasión inútil.  La Pampa promete, promete y promete, es pura abundancia que hace que nadie viva donde está sino en la lejanía, delante de sí mismo. Pero cuando las promesas no se cumplen, queda el hombre argentino inerte e inerme. Sin armas, y lo peor, sin alma. Así entonces, el alma criolla se llena de promesas y sufre de un descontento radical. El criollo, remarca Ortega, no asiste a su vida efectiva, sino que se la pasa fuera de sí, instalado en la otra, en la vida prometida, y es por eso que en el argentino predomina, como acaso en ningún otro hombre, esa sensación de una vida evaporada sin que sea advertida.Es lo que sentimos los que pertenecimos a la generación de los 70’. Nosotros vimos pasar nuestra vida entre golpes de estado, locos del poder, demagogos que “van por todo”, o inútiles que no saben para que llegan al poder.

Con ese horizonte de promesas vanas empezamos este viaje en tren. Un viaje al país que no fue. Pasando por una parada en una de las estaciones más importantes de este viaje: el peronismo (que tampoco  fue).¿Cómo se pudieron cometer en la gestión pública tantos errores y desatinos? Cómo se pudieron creer tantos macanazos de hipócritas y mentirosos que accedían, las más de las veces, de casualidad al poder? ¿No será la hora de cambiar el rumbo del barco nacional? ¿Y cambiar –de paso- a todos los oficiales?

Aquellos vientos que vamos a transitar en este viaje trajeron estos lodos. Y esos malos vientos nos llevaron –—creyéndonos grandes navegadores— hacia los acantilados. ¿Seremos capaces de salir del país trucho, empobrecido, saqueado, para ir hacia un paisito vivible, justo, previsible? ¿O seguiremos festejando las pioladas argentinas, los disparates y las derrotas (recordar  la crisis de los cinco presidentes en el 2001 cuando toda una Cámara de Diputados festejaba como un triunfo  ¡que no podríamos pagar nuestras deudas! Y brazos en alto vivábamos al presidente semanal  número tres (¿o era el cuarto?) que nos notificaba que  entrábamos en default internacional. Una derrota inmisericorde que transformábamos – vía el pensamiento mágico- en una victoria que  nos emocionaba, exultantes.  ¿Seguiremos burlándonos de los que hacen las cosas bien y a conciencia con esa sonrisa socarrona que cada vez más se parece a una mueca de resentimiento? ¿Empezaremos a respetar el talento y el esfuerzo, o seguiremos solidarizándonos con los peores para que no se noten nuestras carencias? ¿O seguiremos autoengañándonos sobre un futuro de grandeza que ya no es futuro ni es grande?

¿Cuándo empezó a joderse la Argentina? En el fondo muchos nos hacemos la misma pregunta angustiada que  Vargas Llosa le hace hacer a su personaje en su libro Conversación en La Catedral (1969) refiriéndose al Perú: “Zabalita, ¿cuándo empezó a joderse el Perú”.

Y dice algo que nos toca dolorosamente  cerca: “A  partir de ese centro corruptor que era el poder político, algo se envileció en la experiencia de toda una sociedad, de tal manera que la política se reflejó en cosas muy alejadas de ella, como la vida familiar, profesional y universitaria. No había vida cívica, todo lo que produjo una gran apatía y un gran cinismo en los ciudadanos”. Reconozcámolo: junto a la tolerancia a la corrupción hay una parte de nosotros que circula con moneda falsa, con una personalidad colectiva impostada que no es verdadera, pero que a fuerza de repetir las cosas uno se cree sus propias mentiras. Sin una humilde toma de conciencia colectiva, sin una voluntad nacional de salir de la crisis endémica no podremos transformar una sociedad fracasada en una sociedad de éxito. Una sociedad —aclarémoslo rápido no vaya a ser cosa que otra vez nos agrandemos— no de grandes éxitos (¡basta de grandilocuencia, por favor!), sino de pequeños logros cotidianos, diarios, pero que nos vayan transformando en un país vivible, justo, acogedor. Así como vamos, sin una gran circunspección nacional nunca llegaremos a constituir una nación, “un proyecto sugestivo de vida en común”, al decir de Ortega.

Acá les mostramos la historia de los últimos años (una historia hecha de pequeñas cosas, podría decirse una historia mirada por el ojo de la cerradura) para ver si ustedes, las jóvenes generaciones, pueden superar lo que nosotros no pudimos: una malsana inclinación al fracaso. Quizá podamos, como única y última posibilidad,   dejarles algunos acuerdos mínimos para no fastidiarles el futuro. Aunque dentro del mal diagnóstico del actual gobierno (aún con muchos funcionarios honestos y bienintencionado, todo hay que decirlo) está el descreer de los acuerdos políticos-sociales.

Les mostraremos cómo los malos o erróneos diagnósticos de distintos gobernantes han agravado la salud (ya de por sí grave) del paciente/país. ¿Todos se equivocaron? Hoy con testimonios, documentos, libros se puede reconstruir lo que pasó. Y eso es lo que se intenta. N  historia contrafáctica ni “que hubiera pasado si…”, simplemente poner la lupa en hechos históricos que modelaron el destino de dos o tres generaciones. Para saber qué nos pasó, cómo pasó y porqué pasó.

Recordaremos también las “avivadas” argentinas que -festejadas con una estúpida sonrisa socarrona-  nos han hecho daño. Y trataremos de vacunar a nuestros jóvenes contra los macanazos, camelos varios y embustes que se repiten. Para que los jóvenes pongan en discusión todo lo que hemos dicho. Y les recordaremos los locos peligrosos que se hicieron con poder por la desidia y al dejadez de mucha gente. Y junto a todo esto les daremos una visión descarnada de un movimiento peronista que nadie, ni los propios peronistas, entienden. Y que, lo probaremos, tampoco pudo alcanzar la misión para el que fue creado: instalar el Estado del Bienestar en la Argentina.Pasamos revista a los locos peligrosos con poder  que tuvimos que soportar.  Y por último nos adentramos en el enigma para propios y extraños: el enigma, la incógnita de la mitad del siglo XX y principios del XXI: el peronismo. Un peronismo que al igual que el país de los últimos sesenta años no fue.