Memoria y Olvido de la Guerra Civil Española

No falsear la memoria histórica por razones ideológicas:

“La buena memoria tiene que ser plural”, dice Aguilar Fernández. En su “Memoria y olvido de la guerra civil española” sostiene: “Hay que distinguir la memoria histórica de la propia historia. Hasta que el historiador no comienza a elaborar los datos, éstos no pueden ser considerados historia”.

Aguilar Fernández es profesora visitante de la Universidad de Madison y autora de publicaciones que, aun sin proponérselo, revelan con el termómetro de la controversia el grado de sensibilidad que tiene el pasado colectivo y las políticas que los gobiernos ensayan para abarcarlo.

“Los proyectos de ese tipo suelen anunciarse con más facilidad de lo que luego se llevan a cabo”, previene, reforzada la impresión con recientes intentos del gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero. El abordaje de la transición española fue su punto de partida. “Pero pronto comprendí que debía ir más atrás para entender por qué las memorias llegan en estado de trauma al proceso de cambio político. Y cómo influyen en él”, dijo, en una entrevista con LA NACION.

-¿Cómo se produce esa influencia?

-Los recuerdos traumáticos, de guerra civil o de régimen autoritario, son determinantes para fijar las reglas de juego institucionales que se adoptan en los procesos de cambio político. Muchas de ellas están llenas de cautela sólo para evitar que la situación se polarice o se reproduzca la violencia del pasado. Y esas normas, así nacidas, condicionan el futuro funcionamiento de la democracia.

-¿Estuvo ese miedo presente en la transición española?

-Eso se ve claramente en los primeros y fundamentales debates sobre la reforma política, la amnistía e incluso la Constitución. Por ejemplo, en el debate sobre la reforma política, que se produjo en 1976. Los españoles votaron en favor de una ley que, aunque se aseguraba que traería la democracia, era propuesta por un gobierno de personas que venían del gobierno franquista. Y la gente les dio su confianza a ellos, y no a la oposición, que por entonces impulsaba la abstención, convencida de que el referéndum convocado no era libre.

-¿Fue una opción popular y legítima o no?

-Sí, si tenemos en cuenta que no había libertad de acceso a los medios de comunicación. Fue reveladora de que la ciudadanía tenía cautela y miedo. Y de que quería el cambio, pero lo deseaba de modo paulatino y cauteloso, hasta el punto de darle su confianza a gente que procedía del gobierno anterior.

-¿Por qué dice que España tuvo su ley de punto final?

-Porque, aunque en su momento no se habló de ello, está incluida en la ley de amnistía que aprobó el primer Parlamento democrático. Lo que procuró fue dejar de lado el pasado; se estableció un intercambio con los militares por el que el gobierno se comprometió a no juzgar a ningún ex integrante del régimen a cambio de que salieran en libertad los presos políticos, que era el reclamo generalizado. La gente festejó esa libertad, pero ni se enteró de que había una ley de punto final.

-¿Hubo un pacto de silencio entre el gobierno democrático y la prensa?

-La prioridad era establecer un proceso de cambio y acabar con los presos políticos. Y era difícil concebir que hubiera posibilidad de enjuiciar a responsables de violaciones de los derechos humanos. Fue, en todo caso, una decisión algo camuflada.

-¿Cómo influyó el pasado en el debate sobre la Constitución?

Influyó en el miedo a no alcanzar consenso. Cuando eso parecía imposible o muy difícil, alguien decía: “Cuidado, que no nos vaya a pasar lo que ya nos pasó”. Hay una continua apelación al pasado, pero, al mismo tiempo, mucho cuidado de no echárselo en cara a nadie, salvo en algunos cruces entre el ex franquista Manuel Fraga y el dirigente comunista Santiago Carrillo. Hubo un acuerdo de no usar políticamente el pasado, que se respetó escrupulosamente. Si algo tuvieron los españoles en los años 70 fue un exceso de memoria, sin advertir que las circunstancias del país y de la sociedad habían cambiado mucho.

-Llama la atención ese espíritu crítico hacia la transición, proceso que en América latina se venera como un modelo.

-Es que se hizo muy bien, sobre todo teniendo en cuenta las limitaciones experimentadas por sus actores. Otra cosa es que la perspectiva del tiempo permita evaluar de forma algo crítica lo que no pudo hacerse, porque la situación era incierta y en cualquier momento podía haber un intento de golpe de Estado, como ocurrió en 1981. Eso también ayudó a consagrar los dos pilares fundamentales del consenso, que fueron “nunca más una guerra civil” y, en modo no tan categórico, “nunca más una dictadura”. Y, junto con eso, el consenso respecto de que todos habían cometido barbaridades y de que nadie quería entrar a ver quién había sido el más responsable.

-Hoy hay una contracorriente que parece responsabilizar más al bando nacionalista que al republicano.

-La verdad irrebatible es que ambos bandos cometieron actos injustificables. Pero también es cierto que la naturaleza de la violencia fue distinta, así como la cantidad de crímenes. Y que mientras unas víctimas fueron reconocidas y recompensadas, las del otro bando no sólo no lo fueron, sino que se las persiguió, torturó y encarceló. La sensación de frustración en esos sectores postergados es enorme. No hay en España ni siquiera un museo sobre el exilio, y eso fue una sangría. En cambio, hay un Valle de los Caídos, donde nadie informa por qué, cómo y en qué condiciones terribles eso fue construido por presos políticos y nadie aclara por qué el patrimonio nacional sigue poniendo flores frescas todas las semanas en las tumbas de José Antonio Primo de Rivera y de Franco.

-Las flores para Franco las mantuvieron todos los gobiernos de la democracia, de izquierda y de derecha. Incluso, el actual. ¿Por qué?

-Un sector importante de la ciudadanía ha sido definido como “franquismo sociológico”, gente que mejoró su condición durante la dictadura. Al morir Franco, tanta era la sensación de miedo que “paz y orden” eran el primer reclamo social, por encima de la libertad y la democracia. Sólo cuando comprende que con éstas dos puede obtener más a costo menor, la sociedad apuesta claramente por la democracia. No creo que la sociedad española anterior a la muerte de Franco fuera esencialmente democrática.

-Si España eligió no hacer memoria, ¿por qué hacerla ahora?

-No se trata de hacer memoria, sino de aprender del pasado para construir un futuro político diferente.

-¿Usted realmente cree que la sociedad española no aprendió?

-Claro que aprendió; el problema son las simplificaciones, y eso suele ocurrir cuando se habla de olvido. Yo distingo, al menos, tres ámbitos y dos memorias. Hay una memoria sobre la Guerra Civil y otra, menos trabajada, sobre el franquismo. Luego, hay que diferenciar la memoria en los ámbitos social, político y cultural. En lo político, pese a la voluntad de dejar de lado el pasado y el compromiso de no hacer política con él, el pasado tiene, a su modo, presencia obsesiva. El contraste está en lo cultural, donde hubo una explosión de memoria, bien sintetizada por una caricatura del diario El País que decía: “Si me ponéis una película más de la Guerra Civil gritaré hasta quedar afónico”. La tercera memoria, la social, es la más importante: la mayoría de la sociedad española no quiso remover el pasado. Hasta sus víctimas vieron que la situación eran tan precaria que pospusieron reivindicaciones hasta un período más estable. Eso es lo que ahora reclaman.

-No parece una demanda social muy presente.

-Es minoritaria, pero real.

-Pese a que dio pasos en ese sentido, no se ve al gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero muy decidido a ir adelante con eso.

-Creo que su anuncio fue un poco precipitado. Ahora se ha tomado un tiempo para esperar el momento político más oportuno. De lo contrario, se arriesgaría a reabrir las heridas y a crear otras víctimas.

-Usted ha dicho que estos proyectos se anuncian con más facilidad de lo que luego se llevan a la práctica. ¿Por que?

-El caso español es un buen ejemplo. Rodríguez Zapatero hizo su anuncio con las mejores intenciones, pero ahora no está muy claro cómo va a resolverlo. Es muy difícil que una sola ley satisfaga todo lo remanente del pasado.

-¿No se puede?

-Hasta las asociaciones de víctimas se diferencian. En la Argentina se me asegura que las entidades de derechos humanos están muy peleadas entre sí, porque la ideología las separa, como pasó con las Madres de Plaza de Mayo.

-¿La misma dificultad puede correr el anuncio de crear una sede histórica en la ex sede de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA)?

-Aún no parece claro qué es lo que se va a hacer, salvo que será un lugar de memoria. Cuando estuve en Buenos Aires vi edificios con la placa “aquí funcionó un centro clandestino de detención”. En España no hay ni eso.

-¿Es necesaria una política oficial de memoria?

-Sí, sólo si se presenta en términos muy amplios y aleccionadores. Por ejemplo, acordar que hubo una dictadura que reprimió a todo aquel que se oponía a su ideología, y que es cierto que todos los bandos cometieron atrocidades. Y es útil que exista porque luego, sobre ella, se basa la compensación a las víctimas.

-¿Se puede lograr una interpretación incontrovertible del pasado?

-En esos mismos términos, sí.

El reproche en la Argentina es que el corte histórico se produjo en 1976, y no se reconoce a las víctimas de crímenes ocurridos durante el anterior gobierno democrático.

Tal vez tenga que ver con que el peronismo sigue estando en el poder, aunque desde afuera cuesta mucho entender qué es el peronismo, sobre todo si se tiene en cuenta que de él provienen personas tan distintas como Carlos Menem y Néstor Kirchner.

-¿Cómo evitar que un proyecto de memoria histórica se contamine por necesidades de la política contemporánea?

La política de la memoria tiene que respetar una pluralidad de memorias. Por muy mayoritario que sea un gobierno, jamás debe aspirar a construir una única memoria oficial que satisfaga a todos. Lo que yo refiero como memoria dominante o hegemónica es una visión general del pasado que se pueda resumir en dos frases y que exprese un aprendizaje común y una democracia común que se deriva de ese pasado. Algo así como el “nunca más” argentino. No es bueno que un paso para rescatar ese pasado sirva para distorsionar la historia.

-¿La experiencia española enseña eso?

-El consenso aquí es muy general: que hubo una dictadura y que en la guerra civil todo el mundo hizo barbaridades. Después empiezan las interpretaciones, y en eso hay que ser respetuosos de la memoria plural. Por eso es muy probable que la reivindicación de los muertos anteriores en la Argentina se convierta, más tarde o más temprano, en una demanda. Aunque hoy no sea muy mayoritaria, lo más natural es que se pida que se haga justicia también con ellos. En el caso argentino es evidente que lo que más se ha reclamado es la experiencia de la junta militar.

-¿Por qué?

-Tal vez porque sobre el peronismo no existe una sola interpretación. Imagino que le costará mucho a la Argentina llegar a una interpretación consensuada sobre lo que fue la experiencia peronista anterior a la junta militar. Pero tendrá que hacerlo.

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