¿Hay alguna otra salida para el ciudadano que no sea Ezeiza?

No sólo es posible sino imprescindible que todos no involucremos en este momento dramático de nuestro país. La Argentina no tiene salida a la crisis terminal a la que ha llegado luego de décadas de gobiernos autoritarios cuando no venales sino a partir de un acuerdo nacional iniciado sí por los dirigentes actuales pero refrendado a través de referéndum o plebiscito por la ciudadanía. ¿Serán capaces estos dirigentes, muchos de los cuales son responsables del fracaso nacional, de tener la grandeza de acordar como mínimo una decena de políticas de Estado? No. Me sumo a los que no creen en la grandeza de miras de esta dirigencia. Pero hay que obligarlos repitiendo una y otra vez, insistiendo en nuestras conversaciones o en nuestras presencias en Internet, movilizando los espíritus y los cuerpos ciudadanos, participando en eventos públicos hasta que el clamor les llegue a través de los vidrios de sus alfombrados despachos.

      España venía de una guerra civil y cuarenta años de dictadura. Había muerto Franco y no había monarquía. Ni partidos políticos. La izquierda estaba proscripta, en especial el Partido Comunista. Cientos de miles exiliados.   Un ejército que no quería saber nada de la apertura democrática. Inflación, disturbios. Pero ¿cómo lograron 40 años de desarrollo, una nueva Constitución, empresas líderes en el mundo, un nivel de vida elevado, etc.?

    Lo primero: empezaron por los Pactos de La Moncloa y siguieron acordando hasta completar una Transición modélica de la dictadura a la democracia; el Pacto de la Moncloa fue un acuerdo de dirigentes para acordar bajar la inflación, acordar límites a los movimientos sociales y huelgas que se multiplicaban en esa época, regular el aumento de salarios y su relación con una inflación que había llegado hasta el 40% anual. “Se trataba de pactos políticos, suscritos exclusivamente por los partidos”, dice Santos Julia en Transición Democrática. Hay que destacar, sin embargo, que todos los autores coinciden en la importancia que los Pactos tuvieron para frenar la inflación y ordenar la economía de la naciente democracia.

Y apareció un lenguaje nuevo, y dentro de él una nueva palabra que se hizo carne en la ciudadanía: el consenso. El consenso fue llave que abrió la esperanza de no volver a los enfrentamientos que habían desangrado España. Fue la palabra mágica; aprender a consensuar, ponerse de acuerdo, no tratar de destruir al adversario. En nuestro país hay que empezar por institucionalizar esta maravillosa palabra (y la pongo en mayúsculas): CONSENSUAR.

Cómo se sentiría el ciudadano si en nuestro país se reunieran hoy Alberto Fernández, Macri, Cristina Kirchner, La Unión Civica Radical, la Unión Industrial, Elisa Carrió, Gioja (es el presidente del Partido Justicialista para quienes no lo recuerden), la CGT, Picheto, y acordaran cinco medidas para parar la inflación, tomar medidas urgentes contra la pobreza, acordar con el FMI, fijar sueldos y salarios, regular el precio del dólar. ¿Sólo un milagro puede iluminar a estos dirigentes para hacer algo así? Quizá; pero un milagro laico: que el ciudadano los obligue a juntarse y acordar medidas urgentes por un año o dos. Una vez que estos niños revoltosos llamados dirigentes le tomen el gusto a acordar, ¿quién le dice? Por ahí seguimos y reformamos la Constitución de común acuerdo, y el Poder Judicial y la federalización del país y la ley de Asociaciones Profesionales y la repatriación de capitales. Cuentan que cuando estaban negociando estas reformas que hicieron otra España, viejos adversarios se sentían tentados de volver a las agresiones, habían sido muchos años de odio; se miraban malamente a través de la mesa de negociación, pero recordaban el dolor de la guerra civil, respiraban hondo y seguían negociando. Esos fueron Santiago Carrillo del Partido Comunista que había estado exiliado decenas de años, y Manuel Fraga que había sido miembro del gobierno de Franco. Así se hizo la Transición. Estos viejos enemigos fueron vitales para todas las reformas. Hay que volver al abrazo. Como dijo Babín en ese memorable discurso ante el féretro de Perón: «este viejo adversario despide a un amigo».

Para esa gran empresa de rediseñar el futuro es imprescindible someter –expresa o tácitamente- los grandes asuntos del país a la soberanía popular. En los momentos de grave crisis y desorientación profunda como la que vive el país no hay iluminados ni caudillos que valgan; ninguna parcialidad podrá encarar la profunda reconstrucción nacional que se necesita. En la Transición los españoles fueron consultados tres veces en un muy corto espacio de tiempo: para aprobar la reforma política que posibilitaba la vuelta a la democracia, la creación de partidos políticos y el derecho de asociación (diciembre de 1976), en las elecciones generales (junio de 1977) y para aprobar la  nueva Constitución (octubre de 1978). El pueblo fue consultado paso a paso en cada una de las grandes decisiones que tomaban sus dirigentes.

Si los resultados, luego de décadas de decadencia, son lo más parecido al fracaso político, económico, social y cultural, casi un estado fallido, ¿por qué no imaginar ese gran cambio que la sociedad está reclamando. Tenemos que volver a ser una Nación que Ortega definía como «un proyecto sugestivo de vida en común».

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